25 enero 2009

V I V I R . . .

No le digas al río que se detenga. El agua del manantial que lo alimenta, le empuja, como un caballo a galope, a buscar su libertad en las aguas infinitas de un mar sin fronteras.

No le digas al árbol que olvide sus raíces. Cuanto más profundas, más firmeza y capacidad de comunicar vida tiene.

Necesita abrirse en ramas frondosas, salpicarse en flores y ofrecer frutos sabrosos.


No le digas al girasol que deje de danzar.
Necesita girar y girar en torno al sol
para emborracharse de su luz y calor.







Todo lo que tiene vida busca crecer, alargarse, escalar la cumbre. Todo lo que tiene vida necesita estirarse en ritmo de libertad. Si el río no corre, sus aguas se estancan, se pudren y mata toda vida que alienta dentro de él. Si la raíz del árbol se daña, enferma, toda su belleza se apaga y termina en leño seco camino al fuego. Si el girasol se detiene y pierde el ritmo de su danza, deja de ser aceite suave y dorado como el sol que lo cultivó. El dinamismo es signo de vida, de fuerza y vitalidad. La mediocridad, la flojera, el tono gris es como un grito sin fuerza, camino de una muerte anunciada.


La vida consagrada nació al ritmo de la sandalia. Al ritmo del paso ligero de un HOMBRE. Nació "de camino", con recia andadura, con alas de ágila remontando la altura.


(del libro Emaús: El camino de la conversión. -Emilio L. Mazariegos -)

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