San Don Quijote, ora pro nobis 20.01.14 | 11:21. Archivado en Iglesia
TOMADO DE RELIGIÓN DIGITAL
TEXTO DE ANTONIO ARADILLAS
En vísperas ya de las celebraciones del quinto centenario de la publicación de la “Segunda parte del Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha, por Don Miguel de Cervantes Saavedra, año 1615, en Madrid, en la imprenta de Juan de la Cuesta”, huelga destacar que el recuerdo del acontecimiento será legítimamente rentabilizado, por razones culturales y turísticas. No obstante, y prioritariamente, creo que a la Iglesia española habría de corresponderle parte importante del protagonismo en la inspiración y organización del evento. El personaje de novela tan universal fue todo un santo. Su intención se ciñó en gran parte a descabalgar a muchos de la lectura de los Libros de Caballería de la época, que instigaban a vivir en un mundo de irrealidades, sin poner los pies en el suelo, con pesadillas y ensoñaciones, “justificados” tan solo gracias al compromiso y ejecución de cuantos esfuerzos y obras exigieran “llevar a cabo aventuras en pro de los menesterosos”. Las razones y “milagros” que en su día testificaran el enaltecimiento modélico del venerable Don Quijote son muchas más. Fácilmente comprensibles, propias y específicas de las páginas de cualquier santoral, o “Año Cristiano”, y al alcance de todas las culturas. Las finalidades de la “Caballería real e histórica” en la que sirvió, y a la que se consagró, se compendian en “la defensa y protección de la Iglesia, de las viudas, de los huérfanos y de todos los servidores de Dios” y en la “búsqueda de la caridad, la lealtad, la justicia y la verdad” Don Quijote es dechado de virtudes. Hombre de palabra. De “palabra de honor”. Honesto y cabal. Todo un caballero. Noble, hidalgo y “hombre de bien”. “Buena persona”. Hombre de paisajes y de naturaleza. De ríos y de montes .De contemplación. Hombre de pueblo, y en disposición testificante de “desfacedor” de cuantos entuertos le salieran al paso, aunque para ello tan solo contara con su buena intención e idealismos. De profundas convicciones religiosas. Amante de las leyes e instituciones, con devota mención para la eclesiástica, “ a la que respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy”. Don Quijote no se ahorró ejercer la crítica social. Defendió virtudes patrias. Fue amante de la libertad. Prudente y respetuoso con la familia, su vivencia religiosa está fuera de dudas, e inspira capítulos y episodios de gran interés y relevancia en su vida y en la de quienes se relacionaron con él, con cariñosa y benevolente mención para su escudero “hermano” Sancho, y para la “suspirada y cuitada” Dulcinea del Toboso. Su cosmovisión fue seriamente cristiana. Aún más, religiosa. Por ejemplo, para él ninguna venganza es justa, tal y como decididamente proclama en el capítulo 27 de su parte segunda, avalando su raciocinio con palabras literales del santo Evangelio. Don Quijote – filo erasmista-, siente y manifiesta una profunda aversión por los exteriorismos de la religión, sin dejar de lamentar la influencia del clero en el poder. Su programa de vida la redacta él mismo como “una lucha hasta dar muerte a la soberbia, la envidia, la ira, la gula, la lujuria y lascivia y la pereza”. Destaca el hecho de la predilección y devoción especial que manifiesta tener al santo laico que podría encarnarse en el “Caballero del Verde Gabán”, y que seguramente no resultaría del agrado de una sociedad tan clericalizada como la suya. Y es que “la libertad, aún ligada a la pobreza, es mejor que la riqueza unida a la corrupción y al poder “. En la síntesis de episodios de vida canonizable que sugiero, reclama definitiva atención su reconocida propensión hacia la Sagrada Escritura –“palabra de Dios”- que cita con asiduidad, oportunidad y respeto. Las frases bíblicas tachonan la mayoría de los capítulos de su vida. Para valorar este dato es preciso recordar que las dificultades para poseer, leer e interpretar directa y personalmente la Biblia por parte de los laicos, eran muchas y hasta perseguibles de oficio. Cervantes - Don Quijote- la conocía y aplicaba sus textos a la perfección, y sin excesivos temores al “Santo Tribunal de la Inquisición” mostrándose especialmente devoto de los Libros Sapienciales. En conformidad con la sentencia bíblica de que “tal y como fue la vida, será la muerte”, la de Don Quijote es todo un ejemplo de muerte cristiana. Al capítulo de su redacción pertenecen estos textos: ”¡ Bendito sea el poderoso Dios que tanto bien me ha hecho¡ En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian, ni impiden los pecados de los hombres ….La misericordia es la que ha usado Dios conmigo…Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continuada leyenda de los detestables libros de Caballería Llámame a mis buenos amigos el cura, al bachiller Sansón Carrasco y al maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento…Dadme albricias, buenos señores, de que yo ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno..” Don Quijote merece ser reconocido, al menos, como aspirante a enriquecer las páginas del Santoral, además, porque enseñó a hacer uso del sagrado lenguaje del castellano, con precisión, sonoridad y belleza, a una buena parte del mundo cristiano, que en el mismo se dirige a Dios, a los ángeles, a los santos y al resto del Pueblo de Dios. En su castellano se han redactado libros de salvación y cultura, cartas de saludo y de despedida, fórmulas sacramentales, testamentos, acciones de gracias, petición de perdón, poesías y novelas, vidas de santos, eucaristías, felicitaciones…En el castellano de “San Don Quijote de la Mancha” se construyó la convivencia entre personas y pueblos, y en su camino se emplearon palabras escritas y orales como las más elocuentes fórmulas de entendimiento y de amor, entre otras, “Primeramente has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio, en nada podrás errar”. En tan fervoroso contexto serán generosamente factibles la ayuda y el empeño del Papa Francisco, castellano-parlante por más señas, devoto lector de tan prodigioso y actualizado manual de catecismo quijotil, de vivencias religiosas intensas, entrañado en el pueblo-pueblo, culto, cortés, alegre y simpático y con acentuada proyección hacia tantas personas que mayoritariamente rezan hoy en el idioma cervantino.