Vuelvo a tomar un texto - con permiso presunto - de Dolores Aleixandre, en el que nos puede ayudar a meditar una vez más en el significado de LA PASCUA.
En la vida diaria, nuestra vida está hecha de pequeños acontecimientos de muerte y resurrección, de oscuridad y luz...
EL PASO DE LA MUERTE A LA VIDA, por la fe en Jesús, en su actuar y su acción en nuestra vida, confiando en la PALABRA, que salva, sana, cura, RESUCITA.
En la vida diaria, nuestra vida está hecha de pequeños acontecimientos de muerte y resurrección, de oscuridad y luz...
EL PASO DE LA MUERTE A LA VIDA, por la fe en Jesús, en su actuar y su acción en nuestra vida, confiando en la PALABRA, que salva, sana, cura, RESUCITA.
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Mientras oraba, se abrió el cielo. (Lc3,21)
Tu fuerza ha pasado hoy a través de mí para sanar a una mujer que se me ha acercado sin que yo me diera cuenta, mientras la multitud me apretujaba. Íbamos camino de casa de Jairo: su hija estaba en las últimas, y yo supe que tenía que hacer presente en aquel lugar de muerte un signo del Dios de la vida. Pero aún no sabía que esta vida tuya iba a alcanzar a alguien más durante el camino, y esta noche quiero darte gracias por ello.
Me di cuenta, de pronto, en medio de los empujones de la gente, de que tu energía sanadora se había hecho activa a través de mí, y me detuve buscando, entre tantos rostros, alguno en el que se aparecieran huellas de haber pasado de la esfera de la muerte a la de la vida y la sanación. Cuando pregunté en voz alta quién me había tocado, nadie comprendió mi pregunta, y me señalaron el gentío que me rodeaba. Sólo después de unos momentos, se oyó una voz temblorosa de mujer que decía: "He sido yo"; y todos miraron hacia ella mientras se abría paso para llegar hasta mí.
Al principio no entendí el por qué el murmullo que se extendió entre la muchedumbre, ni por qué iban retrocediendo para evitar que los rozara. Muchos debían de saber ya lo que ella me contó con voz entrecortada: padecía un flujo de sangre hacía doce años y se había gastado inútilmente en médicos toda su fortuna. Se había atrevido a tocarme, a sabiendas de que podía hacerme participar de su impureza, convencida de que con sólo tocar el borde de mi manto iba a quedar curada. Y, al hacerlo, sintió inmediatamente que había cesado la fuente de sus hemorragias.
Mientras hablaba, había quedado impuro hasta la tarde, y tenía que lavar mi túnica y bañarme si quería escapar de la mancha que me había contaminado.
Y entonces comprendí de qué hablan los salmos al decir que tú eres una tienda de refugio para los que están acosados por sus enemigos: tu presencia no reside en un templo al que sólo tienen acceso unos cuantos elegidos que se creen a salvo de la impureza porque viven alejados del sudor, las lágrimas o la sangre en medio de sus hermanos. Tú has plantado tu tienda en medio de los tuyos y has querido hacer de ella un lugar en el que estén a salvo todos los que son víctimas del desamparo, el fracaso, el empobremicimento o la desolación.
Y como no quieres sacrificios ni holocaustos, ni necesitas muros de piedra que te defiendan, me has enviado a mí, hombre vulnerable como ellos, sin más protección que la tuya.
Pero, a pesar de esta fragilidad de mi carne, sé que soy para ellos espacio en el que encuentran amparo, techo que les cobija del aguacero y del bochorno, asilo cálido en el que pueden rehacerse. Reconozco tu voluntad en este deseo que me habita de hacer verdad para cada uno las palabras de Abigail a David: "Aunque algunos se pongan a perseguirte de muerte, tu vida está bien atada en el zurrón de vida, al cuidado de tu Señor " (2Sam 25,29).
Era eso lo que quería transmitir a la mujer, y también a todos los que nos rodeaban cuando le dije: "¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia".
Hubo estupor en la muchedumbre: estaban reventando los viejos odres de la ley, incapaces de contener el vino joven de tu novedad, y todo un sistema de tradiciones acerca de la pureza y la impureza se venía abajo. Los muros del templo erigido en tu honor se agrietaban, descubriendo su culto inservibel, y sólo quedaba yo, como una tienda de beduido en medio del desierto, sin defensas ni cimientos, pero capaz de ensanchar sus lonas para acoger a todos los caminantes perdidos, a todos los cansados y derrotados, a todos los perseguidos por los poderes de la muerte.
Me vino a la memoria el salmo del pastor: "Tú preparas ante mí una mesa frente a mis enemigos. Me unges la cabeza con perfume, mi copa rebosa. Tu bondad y tu lealtad me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por días sin término" (Sal 23, 5-6).
Mis palabras de ánimo habían ungido con perfume la cabeza de aquella mujer, y la copa de su vida rescatada rebosaba ahora de júbilo: estaba de nuevo incluida en tu alianza, miembro de pleno derecho de un pueblo de reyes, de una asamblea santa, de una nación sacerdotal.
Cuando se fue, la vi alejarse escoltada por tu ternura y por tu fuerza, y te bendije por ello y también porque gracias a ella has vuelto a revelarte, una vez más, como Dios refugio de perdedores y vencidos, como asilo de huérfanos y desvalidos.
Y ahora resuenan en mí de manera diferente las palabras de los orantes de mi pueblo:
"Tú que habitas al amparo del Altísimo y te hospedas a la sombra del Omnipotente di al Señor: "Refugio mío, alcázar mío, Dios mío confío en tí. Hasta el gorrión ha encontrado una casa, y la golondrina un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío" " (Sal. 91,1;84,4)
Tu fuerza ha pasado hoy a través de mí para sanar a una mujer que se me ha acercado sin que yo me diera cuenta, mientras la multitud me apretujaba. Íbamos camino de casa de Jairo: su hija estaba en las últimas, y yo supe que tenía que hacer presente en aquel lugar de muerte un signo del Dios de la vida. Pero aún no sabía que esta vida tuya iba a alcanzar a alguien más durante el camino, y esta noche quiero darte gracias por ello.
Me di cuenta, de pronto, en medio de los empujones de la gente, de que tu energía sanadora se había hecho activa a través de mí, y me detuve buscando, entre tantos rostros, alguno en el que se aparecieran huellas de haber pasado de la esfera de la muerte a la de la vida y la sanación. Cuando pregunté en voz alta quién me había tocado, nadie comprendió mi pregunta, y me señalaron el gentío que me rodeaba. Sólo después de unos momentos, se oyó una voz temblorosa de mujer que decía: "He sido yo"; y todos miraron hacia ella mientras se abría paso para llegar hasta mí.
Al principio no entendí el por qué el murmullo que se extendió entre la muchedumbre, ni por qué iban retrocediendo para evitar que los rozara. Muchos debían de saber ya lo que ella me contó con voz entrecortada: padecía un flujo de sangre hacía doce años y se había gastado inútilmente en médicos toda su fortuna. Se había atrevido a tocarme, a sabiendas de que podía hacerme participar de su impureza, convencida de que con sólo tocar el borde de mi manto iba a quedar curada. Y, al hacerlo, sintió inmediatamente que había cesado la fuente de sus hemorragias.
Mientras hablaba, había quedado impuro hasta la tarde, y tenía que lavar mi túnica y bañarme si quería escapar de la mancha que me había contaminado.
Y entonces comprendí de qué hablan los salmos al decir que tú eres una tienda de refugio para los que están acosados por sus enemigos: tu presencia no reside en un templo al que sólo tienen acceso unos cuantos elegidos que se creen a salvo de la impureza porque viven alejados del sudor, las lágrimas o la sangre en medio de sus hermanos. Tú has plantado tu tienda en medio de los tuyos y has querido hacer de ella un lugar en el que estén a salvo todos los que son víctimas del desamparo, el fracaso, el empobremicimento o la desolación.
Y como no quieres sacrificios ni holocaustos, ni necesitas muros de piedra que te defiendan, me has enviado a mí, hombre vulnerable como ellos, sin más protección que la tuya.
Pero, a pesar de esta fragilidad de mi carne, sé que soy para ellos espacio en el que encuentran amparo, techo que les cobija del aguacero y del bochorno, asilo cálido en el que pueden rehacerse. Reconozco tu voluntad en este deseo que me habita de hacer verdad para cada uno las palabras de Abigail a David: "Aunque algunos se pongan a perseguirte de muerte, tu vida está bien atada en el zurrón de vida, al cuidado de tu Señor " (2Sam 25,29).
Era eso lo que quería transmitir a la mujer, y también a todos los que nos rodeaban cuando le dije: "¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia".
Hubo estupor en la muchedumbre: estaban reventando los viejos odres de la ley, incapaces de contener el vino joven de tu novedad, y todo un sistema de tradiciones acerca de la pureza y la impureza se venía abajo. Los muros del templo erigido en tu honor se agrietaban, descubriendo su culto inservibel, y sólo quedaba yo, como una tienda de beduido en medio del desierto, sin defensas ni cimientos, pero capaz de ensanchar sus lonas para acoger a todos los caminantes perdidos, a todos los cansados y derrotados, a todos los perseguidos por los poderes de la muerte.
Me vino a la memoria el salmo del pastor: "Tú preparas ante mí una mesa frente a mis enemigos. Me unges la cabeza con perfume, mi copa rebosa. Tu bondad y tu lealtad me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por días sin término" (Sal 23, 5-6).
Mis palabras de ánimo habían ungido con perfume la cabeza de aquella mujer, y la copa de su vida rescatada rebosaba ahora de júbilo: estaba de nuevo incluida en tu alianza, miembro de pleno derecho de un pueblo de reyes, de una asamblea santa, de una nación sacerdotal.
Cuando se fue, la vi alejarse escoltada por tu ternura y por tu fuerza, y te bendije por ello y también porque gracias a ella has vuelto a revelarte, una vez más, como Dios refugio de perdedores y vencidos, como asilo de huérfanos y desvalidos.
Y ahora resuenan en mí de manera diferente las palabras de los orantes de mi pueblo:
"Tú que habitas al amparo del Altísimo y te hospedas a la sombra del Omnipotente di al Señor: "Refugio mío, alcázar mío, Dios mío confío en tí. Hasta el gorrión ha encontrado una casa, y la golondrina un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío" " (Sal. 91,1;84,4)
Deseo que este tiempo que estamos terminando de Cuaresma y el que se aproxima de la Pascua, nos ayuden a acercarnos a Jesús... y aunque sea con temblor, si quiera rozar la orla de su manto con fe, para experimentar en nuestra vida la salvación, la curación, LA VIDA, LA RESURRECCIÓN.
Tomado del libro:
"Dame a conocer tu nombre" ST
Dolores Aleixandre
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