(...)Cuando queremos identificarnos con Jesús, estamos acostumbrados a contemplarle dando: dando su tiempo, su afecto, su presencia sanadora, dando palabras de consuelo y de ánimo, denunciando las injusticias y los abusos de unos hombres sobre otros...y todo eso era una realidad muy potente en su vida. Pero necesitamos contemplarle también recibiendo, en ese intercambio mutuo de saberes y de dones que él tuvo con algunas mujeres.
Jesús vivió una sintonía y una alianza con las mujeres de su tiempo, ellas eran bienvenidas en su estilo de vida y tenían su lugar. De ellas toma experiencias e imágenes para hablar del Reino: la mujer que pone la levadura en la masa (Lc 13, 20-21), la que busca la moneda que se le había perdido y se llena de alegría al encontrarla (Lc 15, 8-10)… La dimensión femenina de la vida le evoca a Jesús las inmensas posibilidades que abre en nosotros la receptividad.
Durante los primeros nueve meses de nuestra gestación todo lo que somos es recibido. La vida en el vientre materno es pura receptividad. Somos en la medida que tomamos. De esa recepción depende nuestro desarrollo. Vamos a fijarnos cómo Jesús aprendió también a crecer en receptividad al amparo de algunas mujeres, sobre todo de aquella mujer pagana y extranjera, que inclinó su cuerpo ante él para pedirle algo no para sí misma, sino para su hija enferma (Mc 7, 24-30)
Es esta mujer anónima quien corre el riesgo y toma la iniciativa de alzar la voz, a pesar de su condición de mujer, de pagana y de extranjera, que le prohibía acercarse a un judío; y se adentra en el riesgo y la inseguridad que todo diálogo comporta.
Nosotros esperaríamos que, como ya ha hecho en otras ocasiones, Jesús se ponga en camino y acompañe a la mujer hacia donde se encuentra la niña, al menos eso había hecho con Jairo. Sin embargo, vemos a un Jesús muy humano con sus estereotipos, y sus prejuicios culturales y religiosos, poniendo límites, estableciendo separaciones:
“ He sido enviado solamente a los hijos de Israel”… (Mt 15, 24)… No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos ” (Mt 15, 26). Nos sorprende porque estamos acostumbrados a creer que Jesús lo tenía todo claro y resuelto en su corazón y vemos cómo aplaza lo que le solicita la mujer. También él necesita hacer un proceso de apertura en su interior, de compresión, de dejar caer lo que separa.
Sabemos lo que le contesta la mujer, en una reacción positiva y audaz: “Es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños ” (Mc 7, 28). Jesús aún no la había reconocido en su dignidad mientras que ella lo llama “Señor” , y lo invita a abrirse a un Dios mayor; a Aquel que estaba ahí para todos.
Jesús le dirá: “Por eso que has dicho, vete que el demonio ha salido de tu hija ”. En el fondo le está diciendo a la mujer: “tú me has evangelizado, tú me has mostrado a mí una noticia buena”.
Ella le descubre a Jesús hasta donde iba a dilatarse la fecundidad de su vida entregada.
(... si quieres continuar leyendo este arículo pincha en el enlace de Mariola López)
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