Querida Isolda, luz de mi vida, nieta más amada, te escribo esta carta que espero que entregues un día a tu hija y ésta a la suya, pasando de generación en generación; hasta que amanezca el día en que no se haga necesario porque nos reconozcan y nos reconozcamos.
Una poetisa griega, a la que leí a hurtadillas de tu tatarabuelo, Safo, decía estas palabras: Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro. Y eso pretendo yo, mi niña, al escribir estos folios, de nuevo casi a escondidas, pues sabes bien que la lectura y la escritura, en nuestra era, no son cosas femeninas. Pero mi cielo, aunque te instiguen a coser, a fregar, a tomar marido y a criar hijos, como labores mujeriles; nunca dejes de leer, de escribir tus sentimientos en primera persona; aunque debas hacerlo en secreto o con un pseudónimo masculino, porque llegará el día en que alguien se acuerde de ti. Llegará el día en el que las mujeres puedan despojarse de esta máscara impuesta por la sociedad; el día en que podamos elegir marido; escribir, leer, sin que sintamos que usurpamos un territorio de hombres; investigar, pintar, operar, hacer lo que nos plazca sin tener en cuenta nuestro género.
Isolda, a través de mis palabras te quiero transmitir unos conocimientos para mí muy valiosos. Quiero que tengas una imagen de la mujer plasmada por otra mujer; para que seas justa a la hora de valorar a tu propio sexo. A menudo, los hombres ofrecen una visión un tanto distorsionada de nosotras, plasmándonos en sus escritos, como ángel o como diablo, como la madre de Dios o como la perdedora y tentadora del hombre. Imagen ésta tendente a los extremos que no se corresponde con la realidad femenina.
Por otra parte, nuestros escritos, nuestras composiciones musicales, nuestros inventos, no gozan de la misma popularidad que los realizados por el hombre; pasando desapercibidos, por ser obra femenina; o, en el peor de los casos, siendo incluso robados por aquellos que nos rechazaron.
Pequeña, voy a contarte algunas de las cosas que pude descubrir al leer algunos libros y al escuchar algunas conversaciones privadas.
Un hecho que me sorprendió muchísimo, fue la valentía del filósofo Sócrates. Éste admitió que algunas mujeres tenían una sabiduría superior a la suya, como era el caso de Aspasia. En los círculos intelectuales ya es un secreto a voces que el filósofo había aprendido de esta ilustre mujer el llamado método socrático.
Además de mujeres filósofas, también existen otras tantas investigadoras Una figura destacada, según me contó María, es Hidelgarda de Bingen. ¿Recuerdas a María, no? Mi prima hermana, aquella que se hizo monja para poder leer, escribir y aprender con más libertad. Alguna vez me dejó algún libro de la biblioteca del convento. Por ella conocí la figura de Hidelgarda. Esta increíble mujer investigó las ciencias naturales y la medicina. Describió decenas de nuevas especies animales. Asimismo, fue una erudita teóloga. Aunque a mí me entusiasma más su papel como artista, pintora, poetisa y compositora musical.
Debes saber que en mi ámbito favorito, el de la literatura, han destacado numerosas mujeres. Uno de los ejemplos más conocidos de la cultura femenina medieval es Eloísa, que conocía el griego, el latín, el hebreo y escribió unas conmovedoras cartas de amor a su amado Abelardo, un joven teólogo francés del siglo XII.
Eloísa se enamoró locamente de Abelardo, a pesar de los planes de su tío de casarla con un importante aristócrata. Los enamorados se fugaron, contrajeron matrimonio y tuvieron un hijo. Pero el tío de Eloísa no pudo perdonar a Abelardo, a quien acusaba de seducción, y contrató a unos matones que lo castraron.
Eloísa consideraba abominable la terrible mutilación de su amado y le repetía que seguiría queriéndolo toda la vida.
Abelardo decidió meterse a monje, a pesar de las protestas de su amada. Y aunque a ella no le quedó más remedio que meterse a monja, también pasó el resto de su vida desesperadamente enamorada de Abelardo. Nunca dejó de amarlo.
Mi niña, si sientes curiosidad y quieres leer estas cartas, acude a mi buena amiga Cristina de Pisán. Ella las consiguió y me las leyó al calor de la chimenea. Recuerdo que brotaron lágrimas de nuestros ojos. Si algún día la melancolía te lleva a querer embriagarte de historias tristes, Cristina estará encantada de leértelas. Otras autoras importantes en la Edad Media han sido las trovadoras: la condesa de Dia, Maria de Ventardorn, Alais, Iselda, Carenza y otras muchas.
Leí sus textos con mi amiga Cristina. Sus poemas eran nuestros favoritos. Las ideas que estas mujeres plasman en sus poesías son muy revolucionarias. Incluso lo serán para ti, si es que -y espero que así sea-, las lees.
Estas poetisas piensan que los hombres y las mujeres deberíamos ser iguales en la relación amorosa. Creen en un amor libre, no condicionado por los intereses sociales. Respecto a esto, preciosa Isolda, espero que tengas la suerte o la valentía de casarte -si es que quieres ese destino- por amor.
María de Francia ha sido otra escritora muy creativa. Ella tuvo la valentía de innovar, es decir, de ir más allá de los modelos masculinos establecidos. Sus lais instauraron un nuevo género literario y sirven hoy de modelo a los escritores que tratan la narrativa en verso y la materia de Bretaña. Pero lo que más me gustó de ella es la libertad que le concede a sus personajes femeninos. Así, en muchos de sus relatos, es la mujer la que da el primer paso, es decir, la que toma la iniciativa. ¡Qué feliz seríamos si pudiéramos hacer eso sin que nos tacharan de rameras! ¡Si pudiéramos expresar nuestros sentimientos de corazón! ¡Si el sí, fuera sí y el no, simplemente no!.
Asimismo, María defiende el amor libre, verdadero. El matrimonio concertado, supeditado a intereses sociales y económicos, aparece en sus historias como el más aborrecible destino. Doy fe de ello, Isolda. Yo amaba locamente a un campesino de las tierras de mi padre; pero éste tenía otro destino para mí, un terrateniente rico 20 años mayor que yo. Nunca pude olvidar a mi pobre enamorado. Aún se me turba el corazón al recordarlo y mis ojos siguen humedeciéndose, como el primer día. Pero tampoco te quiero abrumar ahora con historias tristes.
Si tengo que destacar a una mujer escritora esa es mi querida amiga Cristina de Pisán. Ella me enseñó la mayoría de las cosas que sé sobre las mujeres literatas. Y, créeme, estoy segura de que ella llegará a ser grande, recordada por todos en los tiempos venideros. Sus ideas son muy adelantadas, ya que considera que las mujeres y los hombres somos iguales. Además opina que la educación femenina debe ser un derecho de nuestro género. Y rebate, a muchos hombres reconocidos en nuestro tiempo, las críticas en torno a nuestro sexo. Si gustas, querida Isolda, Cristina estará encantada de leerte algunas de sus ideas más revolucionarias. Aprenderás mucho de ella. Te animará a escribir tus pensamientos, como hizo conmigo. Me sirvieron mucho estas palabras de Cristina: Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos.
Y además de en la escritura, debes saber que las mujeres has destacado en otras artes. Un día cogí un libro de Plinio el Viejo, Historia Natural. Lo tomé por casualidad, de la librería de mi padre. Empecé a ojearlo por curiosidad y leí algo que me proporcionó mucha satisfacción conocer. Y es que, según la tradición recogida por el autor, la pintura fue una invención femenina. ¿Puedes creerlo?. Al parecer, la joven hija del alfarero Butades Sicyonius trazó sobre un muro el contorno de la sombra del rostro de su amado. La muchacha lo hizo para recordar al hombre de su vida, que partía para lejanas tierras. ¿No te parece una bella y triste historia?.
Además Isolda, pude escuchar, en una conversación secreta, que existía una obra de arte firmada por una mujer de la Alta Edad Media. Al parecer, en el ejemplar del Comentario del Apocalipsis de Beato de Liébana aparece el nombre de una tal Ende, que se califica a sí misma, como pintora y sierva de Dios.
En cuanto al campo profesional, tu tatarabuelo que era médico decía que en Salerno funcionó, a partir del siglo X, una escuela libre de medicina que otorgaba sus diplomas a mujeres; concediéndoles licencia para practicar la medicina y la cirugía.
Trótula es un ejemplo. Era ginecóloga y escribió varios tratados, entre otros, Las enfermedades de las mujeres antes, durante y después del parto.
Sus teorías médicas fueron increíblemente avanzadas para su época. Siglos después, todavía sorprendía a tu tatarabuelo, cuando hablaba del control de la natalidad, de las causas y tratamientos de la infertilidad. Una idea muy novedosa es que la autora pensaba que la concepción se podía ver impedida tanto por un defecto del hombre como de la mujer. Es decir, la responsabilidad no siempre debía recaer en nosotras. Respecto a los tratados de Trótula, tu tatarabuelo me hizo la confesión de que creía que muchos de ellos fueron plagiados, copiados o traducidos, atribuyendo su autoría a otros científicos.
También comentaba que en Bolonia y en Montpellier había un gran número de estudiantes femeninas en medicina, algunas de las cuales habían escrito tratados de ginecología. El mismo conocía a mujeres que practicaban la medicina, la cirugía y la oftalmología, en París.
Querida Isolda, mi nieta más amada, te he hablado de estas mujeres para que te forjes una imagen más justa sobre nuestro sexo.
Ya sabes que nos quieren inculcar que la mujer ideal debe dedicarse a desempeñar las labores de esposa y de madre; o bien, dedicarse al mundo conventual. Parece ser que nuestra existencia no tiene, pues, valor en sí misma, sino que esta subordinada al otro: el marido o Dios. Debes saber que la mujer lo ha tenido y lo tiene muy difícil para incursionar en el ámbito literario, artístico, profesional.... Pero, pese a las restricciones impuestas por nuestra condición genérica, ha habido mujeres que se han enfrentado y se siguen enfrentando a su época. En esta carta, he tenido el honor de darte a conocer a algunas de ellas.
No las olvides nunca, mi niña, y, si quieres, sigue la senda que ellas han trazado. Sueña, escribe, pinta, investiga, opera, o busca tu propio camino. Cada una tiene el suyo. También puedes elegir vivir exclusivamente en tu papel de esposa y de madre, pero que sea porque así lo deseas en lo más profundo de tu ser. Cuando leas esta carta yo ya no estaré a tu lado, en presencia física; pero mi alma estará siempre contigo y mis palabras ya no se las llevará el viento.
Mi preciosa Isolda, quiero pedirte un último favor, que completes, si puedes, esta carta y la pases a tu hija, o como en mi caso, a tu nieta.
Que la completes porque descubrirás que hay muchas más mujeres dignas de recordar. Mujeres que deben ser rescatadas de allá lejos, donde habite el olvido.
Que la pases a tu hija, porque no habrá mayor legado que el de la cultura, el conocimiento. Desgraciadamente, tu madre no pudo leer esta carta, porque murió al dar a luz. Espero que tu futura hija, mi tataranieta, corra un destino mejor. ¡Qué así sea!. En el caso de que tengas un varón, enséñale también esta carta, para que sea justo con las de nuestro sexo.
Tu bien amada abuela,
Leonor.
Texto de: Pilar Cabanes Jiménez
a la que agradezco, porque este texto
me llegó en un momento importante de vida.
Y reaparece nuevamente.
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