Señor, un alma ha llegado de amores de un muerto muerta.
Asomad el corazón, Cristo, a esa dulce ventana,
oiréis de mis voz humana una divina canción.
Muerto estáis, por eso os pido el corazón descubierto,
para perdonar despierto, para castigar dormido.
Si decís que está velando cuando vos estáis durmiendo,
¿quién duda que estáis oyendo a quien os canta llorando?
Y, aunque él se durema, Señor, el amor vive despierto;
que no es el amor el muerto, ¡vos sois el muerto de amor!
Que, si la lanza, mi Dios, el corazón pudeo herir,
no pudo el amor morir, que es tan vida como vos.
Anduve de puerta en puerta cuando a vos no me atreví;
pero en ninguna pedí, que la hallase tan abierta.
Pues, como abierto os he visto, a Dios quiese entrar por vos:
que nadie se atreve a Dios, sin poner delante a Cristo.
Y aun éste, lleno de heridas, porque sienta el Padre eterno
que os cuestan, Cordero tierno tanta sangre nuestras vidas.